Del 1 al 15 de abril de 2014, José Tomás Medina muestra parte de su obra en una exposición titulada "Paisajes del alma".
Podemos disfrutar de su pintura en la galería de arte Eka&Moor, calle Bretón de los Herreros, 56, Madrid, de lunes a sábado en horario de 18 a 22 h.
Hablar con José Tomás Medina te
hace comprender mejor su obra. A la manera del humanista, él posee un profundo
dominio de la lengua y la literatura, que no sólo comunica en sus clases, sino
que también aparece en sus creaciones literarias. Amante y conocedor de la
música y, sin ninguna duda, PINTOR.
En sus cuadros emerge la poesía, y
es este lirismo el que hace que un halo de misterio envuelva a cada uno de
ellos. Composiciones sencillas conforman el conjunto de sus obras, pero es
preciso detenerse en los detalles y meterse dentro de ellas, pasear por los
secos campos castellanos, introducirse en el color de la catedral de Praga,
separar la bruma que rodea a la de Burgos, y así llegar hasta el mensaje que
nos comunican, participando activamente en el proceso creador. La minuciosa
contemplación de su pintura invade al espectador de sensaciones y sugerencias,
estableciéndose así un diálogo emisor-receptor, imprescindible en toda obra de
arte.
Existe en esta exposición un hilo
conductor, que son los paisajes, tanto rurales como urbanos, pero siempre
desiertos, sin que nadie se interponga entre lo contemplado y quien contempla.
Son tres formas diferentes de ver sus paisajes del alma: la austeridad de
Castilla, con sus secarrales duros, que más que percibirlos como una
representación podemos sentirlos literalmente roturados por el arado y tocar
sus surcos descarnados, espejo de sus gentes, de cielos rabiosamente azules, de
horizontes altos: la serie “Páramos”; la luminosidad del gótico interpretada
con un colorido vibrante: “Praga: noche en la plaza de la Ciudad Vieja”; y la
misma composición resuelta en grises brumosos: “Praga descascarillada”, como si
sacase el caballete a plain air, a la manera de Monet.
Es inevitable recordar la captación
de la atmósfera, que tanto preocupó a los impresionistas: nieva, hace frío, el páramo
está triste, “Tan triste que tiene alma”, pero también resurge alegre y
luminoso, resuelto en luces de largas y rápidas pinceladas: “Castilla:
primavera y nieve”. Podemos contemplar la mañana, el atardecer y la noche, las
tierras de secano y la humedad, o la niebla invernal, tratada con tan sutil
levedad que nos envuelve en un ambiente hipnótico.
Vuelve al recuerdo el Humanismo
cuando se analiza su técnica. Utilizando únicamente el material rey, el óleo,
el lienzo aparece en ocasiones bajo una ligera pincelada, para ocultarse
totalmente en otras bajo espesas capas de pintura de grandes calidades
matéricas, que desbordan los límites del lienzo, de expresivos y violentos
grumos, de frotagges a la manera de Max Ernst. Una forma de pintar depurada, aunque
parezca sencilla muy trabajada, y que requiere de amorosos tiempos de espera
para el secado.
Es con estas dramáticas texturas de
tensas gestualizaciones con las que adquiere su mayor expresividad; es con
ellas con las que abandona la línea, y es entonces cuando el color aparece en
toda su plenitud; es con las que alcanza el más alto grado de pasión. Realidad
e irrealidad se entrecruzan y se mezclan, produciendo una atmósfera onírica.
Buen conocedor de los recursos
plásticos, no duda en interrelacionar colores lumínicos con la fuerza de los
colores planos, y así la catedral de Burgos, “Desde Santa Gadea al mediodía”,
transcurre entre sutiles gradaciones tonales producidas por el sol, hasta
llegar al vano ojival de agresivo negro plano por el que el espectador debe
adentrarse en el edificio. No obstante, cuando la catedral está resuelta en
gama de grises, la sugerencia y el misterio se hacen palpables: “Desde Santa
Gadea a medianoche”.
A pesar de la supremacía del color
sobre la línea, característica que preside su obra, la versatilidad del artista
lo lleva a componer volumétricamente, utilizando un dibujo de trazo seguro y
preciso: “Praga desde el puente de Carlos”.
Su capacidad de experimentación no
se agota, y aparece una nueva línea de expresión en la que, rompiendo sus
paisajes rurales, elimina el nítido horizonte: tierra y cielo se convierten en
armónicas formas de signo distinto, irreconocibles, en las que tan solo priman
la textura, la luz y el color, llegando así a la abstracción, rica en
sugerencias y calidades, participando del mismo grado de creatividad que el
resto de su obra: “Cicatrices del alma”, o “Río”, que fluye en un derroche de
color de intensas gradaciones tonales.
Es también investigador con el
soporte, cuando el lienzo se sustituye por una piedra de pizarra, como homenaje
incansable a la belleza de la naturaleza.
Amplio y largo camino de buen
hacer, de calidades plásticas puestas una y otra vez al servicio de la
creación, del descubrimiento de más paisajes del alma... Éste es el espacio
vital y plástico de José Tomás Medina.